martes, enero 16, 2007



Especial FMPM 2006 #1
INTRODUCCIÓN: CONTRA ESTOS TIEMPOS LÍQUIDOS
“La velocidad, y no la duración, es lo que importa”
Zygmunt Bauman (*)


Haber tenido la oportunidad de asistir, por primera vez, a un festival de rock progresivo como el FMPM 2006, me permitió acceder a una realidad tan ajena a los medios masivos que exige ser vivida para aparecer verosímil. También fue una experiencia esclarecedora, ya que pude confirmar unas cuantas intuiciones que tenía acerca del género y sus canales de creación y difusión, y palpar así cuán felizmente a contramano de estos tiempos posmodernos se ubica esta música singular.

Modernidad líquida, como metafóricamente la describe Bauman: un presente signado por la fugacidad de procesos y relaciones, la instantaneidad del consumo, la falta de sentido, el encierro autorreferencial, la precariedad de los vínculos afectivos y la desintegración de la trama social.

En este contexto, la situación de la música acusa algunos efectos concretos, como el incesante recambio –bajo el pretexto de una falsa novedad- de bandas y estilos en la degradada escena popular; la repetición del repertorio clásico y la tendencia a su hibridación a través del fenómeno del crossover; la dispersión de la música electrónica en un sinfín de dudosos estilos comerciales (dance, house, trance, etc.) y su apropiación por los djs -quienes, a pesar de su evidente frivolidad, presumen de vanguardia-, y la ridícula sobrecarga de información musical generada por la práctica del downloading y la difusión del iPod (adictiva e inversamente proporcional a las posibilidades de apreciación).

Así, la liquidez reinante nos ha sumergido en el desaliento a quienes suscribimos aquellas venerables concepciones del arte como promesa de felicidad (Stendhal) y despliegue de la verdad (Hegel). Pero, afortunadamente, aún quedan algunos refugios “sólidos” entre tanta fluidez, que nos siguen renovando las esperanzas.

Tal los festivales de música progresiva que, pese a la nula atención mediática, la completa ignorancia de la mayoría del público y la carencia de apoyo de parte de los gestores y sponsors habituales, logran hoy replicarse en todo el planeta, para albergar y canalizar un arte que denuncia el mundo liquidado.

Estos eventos instauran otra realidad tras la fachada líquida, una realidad “sólida” que se resiste a los dictados de la licuefacción musical, rechazando el fundamentalismo de la imagen visual, el abuso de recetas formales y estilísticas, la escucha fragmentaria y perezosa, la banalidad de las líricas, la música convertida en ambientación sonora y el culto a la celebridad de turno; en fin, la regresión de la creación y la recepción musicales a la instancia primaria y vertiginosa del consumo.

Frente al predominio de estos flujos disolventes, el rock progresivo –en sus mejores expresiones- intenta ser fiel a aquellos “sólidos” postulados de autonomía (Schiller, Adorno) e inutilidad (Kant, Wilde) del arte y, así, se sitúa en una dimensión distinta. Una dimensión donde todavía importan la duración (que presupone la exposición articulada y paulatina de una idea y la consecuente exigencia de una atención comprometida), el sentido (en su doble acepción de significado y dirección), la consistencia (la expresión de un mensaje discernible, perdurable, destinado a trascender) y, en suma, la música en sí misma (ese arte inmaterial, paradójico creador de poderosa materialidad simbólica).

(*) “Vida líquida”, pág. 17, Paidós, Barcelona, 2006.