sábado, enero 21, 2006

Para comenzar el año bien despiertos, nada mejor que un poco de la provocadora sabiduría de Oscar Wilde
“[…]
Gilbert: Todo arte es inmoral.
Ernest: ¿Todo arte?.
Gilbert: Sí. Pues la emoción por la emoción es el fin del arte, y la emoción por y para la acción es el fin de la vida, y de esta organización práctica de la vida que llamamos sociedad. La sociedad, que es el comienzo y la base de la moral, existe simplemente para la concentración de la energía humana, y con objeto de asegurar su propia continuidad y su sano equilibrio exige, y sin duda con perfecto derecho, a cada uno de sus ciudadanos que contribuya con cualquier trabajo productivo al acerbo común, y trabaje y pene hasta que quede hecha la tarea de la jornada. La sociedad perdona con frecuencia al criminal; pero jamás perdona al soñador. Las emociones bellas y estériles que el arte suscita en nosotros son odiosas a los ojos de la sociedad, y tan completamente se hallan dominadas las gentes por este espantoso ideal social, que de continuo las vemos acercarse a uno, con toda desfachatez, en las exposiciones particulares y demás sitios abiertos al público, para preguntarnos con voz estentórea: ‘¿Qué está usted haciendo?’, cuando ‘Qué está usted pensando?’ es la única pregunta que un ser civilizado debería permitirse hacer, y en voz queda, a otro. La intención de estas gentes honradas y radiantes es buena, no cabe duda. Y acaso ésa sea la razón de lo excesivamente aburridas que resultan. De todas maneras, alguien debería enseñarles que, mientras a juicio de la sociedad, la contemplación es el pecado más grave en que pueda incurrir un ciudadano, a juicio de la más alta cultura es la ocupación adecuada del hombre […]. Pues la acción, sea del género que sea, pertenece a la esfera de la ética. El fin del arte es simplemente el crear un estado de alma. Ahora bien, ¿será impráctico este modo de vida, como pretenden los filisteos ignaros? ¡Ah!, no es tan fácil ser impráctico como imaginan los filisteos. Desgraciadamente para Inglaterra. Pues, a decir verdad, no hay país en el mundo que tan necesitado se halle de gente impráctica. Entre nosotros, el Pensamiento se encuentra degradado por la constante asociación con la vida práctica. ¿Quién que se mueva en medio del torbellino y la violencia de la vida presente –político tronitoso, reformador apocalíptico o mísero sacerdote de espíritu angosto, cegado por los sufrimientos del insignificante sector de la comunidad donde le ha tocado vivir- podrá alardear en serio de un juicio intelectual desinteresado sobre ninguna cuestión?. Cada profesión implica un perjuicio. La necesidad de una carrera obliga a todo el mundo al partidismo. Vivimos en la época de los superatareados y los infrainstruidos; una época en que la gente trabaja tanto que acaba por volverse irremediablemente estúpida. Y la verdad –por duro que ello nos pueda parecer- es que se lo tienen bien merecido. El modo más seguro de no saber nada de la vida es el tratar de ser útil…”.

(Fragmento de “El crítico como artista - Con algunas observaciones sobre la importancia de discutirlo todo”, en “Intenciones”, págs. 98/99 y 103/104, Taurus, Madrid, 2000. La primera edición inglesa de esta obra fue publicada en mayo de 1891)