jueves, agosto 06, 2009

THEODOR W. ADORNO, 40 AÑOS DESPUÉS



“No atontarse, no dejarse engañar, no colaborar…”Theodor W. Adorno

Un día como hoy, el 6 de agosto de 1969, fallecía Theodor Wiesengrund Adorno, uno de los mayores pensadores del siglo XX y, como tal, uno de los “grandes hombres” de la historia. Voltaire cuestionaba la grandeza usualmente atribuida a los Césares, los Alejandros o similares, pues consideraba que “esos políticos y esos conquistadores, de los que ningún siglo ha carecido, no son de ordinario más que ilustres malvados”, y que, por el contrario, “es aquel que domina sobre los espíritus por la fuerza de la verdad, no los que hacen esclavos por la violencia, es a aquel que conoce el universo, no a los que lo desfiguran, a quien debemos respeto” (1).

Filósofo, sociólogo, musicólogo y compositor, Adorno fue miembro de la denominada “Escuela de Frankfurt”, grupo de intelectuales que se reunió durante la primera mitad del siglo pasado alrededor de las actividades del Instituto de Investigación Social de esa ciudad alemana (2), y que sentó las bases de la “Teoría Crítica”, de enorme influencia posterior. Debió exiliarse en 1934 -“cortesía” del nazismo- y retornó a su país en 1949, convirtiéndose en uno de los actores imprescindibles de la reconstrucción de Alemania.

No es mi intención ocuparme de los detalles biográficos de la vida de Adorno (3); no es que no me interesen, sino que creo que lo verdaderamente importante es su obra (4). Como decía Paul Valéry, a quien Adorno admiraba, “lo que me interesa no es siempre lo que me importa” (5). Y, en este sentido, quiero focalizarme en unos pocos conceptos de su vastísima y multifacética producción, en torno a la reflexión del encabezado (6), y mostrar así que, 40 años después, el legado intelectual de Adorno sigue intacto y plenamente vigente.

Casa de la calle Keffenhofweg 123, donde Adorno vivió entre 1949 y 1969
Para Adorno, la relación con el arte en la sociedad contemporánea ha sufrido un creciente proceso de empobrecimiento y automatización. La incorporación del arte a la vida diaria y su identificación con el entretenimiento (7) lo han vaciado de su poder crítico y utópico. Ha quedado así privado de su significación misma, su carácter trascendente.

Sometidas a la lógica comercial y tecnológica dominante, las obras de arte se convierten en objetos de consumo al alcance de una mayoría, al igual que cualquier otro producto librado al mercado. Sin embargo, la posibilidad de un amplio acceso a aquéllas ha resultado inversamente proporcional al desarrollo de las capacidades para su apreciación y comprensión.
Instituto de Investigación Social
Adorno observó que, generalmente, el tiempo libre es el momento que se reserva para tomar contacto con el arte. En tanto inseparable de su opuesto –el “tiempo laboral”-, el tiempo libre adquiere así una condición instrumental, funcionando como restaurador de la energía productiva. Deviene, de esta forma, en medio de distracción y relajación, lo cual conspira contra una recepción del arte atenta y comprometida, es decir, una genuina experiencia estética. Esta realidad necesariamente genera una relación con el arte caracterizada por la pasividad intelectual, o bien origina vinculaciones activas pero inauténticas: desde la superfluidad del hobby hasta las aproximaciones por motivos utilitarios, tales como la búsqueda de prestigio social o de un efecto terapéutico.

Frente a este estado de cosas, Adorno nos insta a superar estas limitaciones y a acometer vivencias estéticas desde la responsabilidad y la sensibilidad. Defiende una relación con el arte alejada del consumo irreflexivo, para preservar nuestra subjetividad frente a la estandarización y manipulación de opciones culturales y, de ese modo, experimentar una recepción de lo artístico en toda su dimensión espiritual y liberadora. Sostiene que una apreciación consciente de la obra de arte, una confrontación viva con los interrogantes que plantea, es lo único que permite sustraerla de la lógica homogeneizadora que la anula en sus potencialidades.

Es, por ello, que Adorno nos exhorta a dejar de ser dóciles clientes de la industria del entretenimiento, para no anestesiarnos con su complaciente oferta de diversión (8). Pues, según afirmaba Hegel, “en el arte no tenemos que ver con ningún juguete meramente agradable, sino con un despliegue de la verdad” (9). El arte es conocimiento, que sólo se revela si nos comprometemos con una experiencia capaz de desvelarlo.


Opera de Frankfurt

1. Voltaire, “Cartas filosóficas”, págs. 85/86, Alianza, Madrid, 1988.
2. Formaron parte de este círculo, entre otros, Max Horkheimer, Herbert Marcuse y Eric Fromm. El linaje de la Escuela de Frankfurt llega hasta hoy, con Jürgen Habermas, Albrecht Wellmer y Axel Honneth.
3. Para los interesados, recomiendo el libro de Stefan Müller-Doohm (“En tierra de nadie: Theodor W. Adorno, una biografía intelectual”, Herder, Barcelona, 2003).
4. De hecho, en 2004 visité Frankfurt y me organicé mi propio city tour “adorniano” por los lugares donde vivió y que frecuentó (ver las fotos que ilustran este artículo). Y si bien los hechos de su vida no proporcionan una idea real y completa de su valor como hombre e intelectual, no dejo de reconocer que su obra fue, después de todo, testigo y producto de los azarosos tiempos que le tocó vivir.
5. Paul Valéry, “Degas Danza Dibujo”, en “Piezas sobre arte”, pág. 14, Visor, Madrid, 1999. En base a esta obra Adorno escribió el ensayo citado en la nota siguiente.
6. Extraída de “El artista como lugarteniente”, en “Notas sobre literatura”, pág. 133, Ariel, Barcelona, 1962.
7. Ya en 1944 Adorno denunciaba “la actual fusión de cultura y entretenimiento”, que supone tanto la “depravación de la cultura” como la “espiritualización forzada de la diversión” (Th. W. Adorno y Max Horkheimer, “Dialéctica de la Ilustración”, pág. 188, Trotta, Madrid, 2003).
8. Porque “divertirse significa siempre que no hay que pensar, que hay que olvidar el dolor, incluso allí donde se muestra. La impotencia está en su base. Es, en verdad, huida, pero no, como se afirma, huida de la mala realidad, sino del último pensamiento de resistencia que esa realidad haya podido dejar aún” (“Dialéctica de la Ilustración”, cit., pág. 189).
9. Citado por Adorno en la introducción de “Filosofía de la nueva música”, pág. 13, Akal, Madrid, 2003.


Café Laumer