lunes, abril 11, 2005

Theodor W. Adorno dixit 1949 (Utilidad y actualidad de sus reflexiones sobre la reacción contra la vanguardia musical de principios del siglo XX)

"…Mientras que en la nueva música al público ajeno a la producción la superficie le suena extraña, sus fenómenos más típicos están precisamente expuestos a los presupuestos sociales y antropológicos que son los propios de los oyentes. Las disonancias que espantan a éstos hablan de su propia situación: únicamente por eso les son insoportables. A la inversa, el contenido de lo harto familiar es tan remoto a lo que hoy día pende sobre los hombres, que la propia experiencia de éstos apenas comunica ya con aquella de la que da testimonio la música tradicional. Cuando creen entender, meramente perciben el molde muerto de lo que custodian como posesión indiscutible y es algo ya perdido desde el momento en que se convierte en posesión: algo neutralizado, privado de su propia sustancia crítica, un espectáculo indiferente. De hecho, en la comprensión que el público tiene de la música tradicional sólo entra lo más grosero, ocurrencias que pueden retener: pasajes, ambientes y asociaciones ominosamente hermosos. Para el oyente educado por la radio, la coherencia musical en que se basa el sentido resulta tan oculta en cualquiera de las sonatas tempranas de Beethoven como en un cuarteto de Schönberg, el cual al menos le advierte de que su cielo no pende lleno de violines en cuyo dulce sonido él se embelesa. Por supuesto, de ningún modo se está diciendo que una obra sólo cabe entenderla espontáneamente en su propia época, que fuera de ella queda necesariamente a merced de la depravación y el historismo. Pero la tendencia social general, que ha eliminado de la conciencia y del inconsciente del hombre aquella humanidad que una vez constituyó el fundamento del patrimonio musical hoy corriente, hace que la idea de humanidad se repita gratuitamente en el ceremonial vacío del concierto, mientras que la herencia filosófica de la gran música únicamente ha recaído en lo que desdeña esa herencia. La industria musical, que envilece el patrimonio al exaltarlo y galvanizarlo como algo sagrado, confirma meramente el estado de conciencia de los oyentes en sí, para los que la armonía abnegadamente alcanzada en el clasicismo vienés y la desatada nostalgia del romanticismo se han convertido en algo así como objetos de decoración doméstica listos para ser consumidos uno junto al otro. En verdad, una escucha adecuada de las mismas piezas de Beethoven cuyos temas va silbando uno en el metro requiere un esfuerzo mucho mayor que el de la música avanzada: quitar el barniz de falsa exhibición y los modos reaccionarios adheridos. Pero como la industria cultural ha educado a sus víctimas en la evitación de todo esfuerzo durante el tiempo libre que se les concede para el consumo espiritual, ellas se aferran tanto más tenazmente a la apariencia que obstruye la esencia. La interpretación que prevalece, pulida hasta lo deslumbrante incluso en la música de cámara, favorece esto. No se trata meramente de que los oídos de la población están inundados de música ligera que la otra les llega como lo opuesto coagulado, como la "clásica"; no es meramente que la capacidad perceptiva está tan obturada por los onmipresentes éxitos del momento que la concentración de una escucha responsable se hace imposible y está inundada de vestigios de la memez, sino que la sacrosanta música tradicional misma se ha convertido, por el carácter de su ejecución y por la vida de los oyentes, en idéntica a la producción comercial en masa, y ésto no deja de contaminar su sustancia…".
"Casi se podría tener a los oyentes cultos como a los peores, aquellos que ante Schönberg se apresuran a decir "Eso no lo entiendo", una declaración cuya modestia racionaliza la ira como pericia. Entre los reproches que obstinadamente repiten, el más difundido es el de intelectualismo: la nueva música surge en la cabeza, no en el corazón o en el oído; en absoluto se la imagina sensiblemente, sino que se la calcula sobre el papel. Lo mezquino de estas frases es evidente. Se argumenta como si el idioma tonal de los últimos trescientos cincuenta años fuera naturaleza y como si atentase contra ésta quien va más allá de lo desgastado por el roce, cuando el mismo estar desgastado por el roce atestigua precisamente una presión social (...) Pero los nuevos medios de la música son producto del movimiento inmanente de la antigua, de la cual se distingue al mismo tiempo por un salto cualitativo. Así, que las piezas significativas de la nueva música serían más cerebrales, que se imaginarían menos sensiblemente que las tradicionales, es una mera proyección de la falta de comprensión (...). Además, la mayor parte de las veces lo que el antiintelectualismo musical, el complemento de la razón comercial, llama sentimiento no hace sino abandonarse sin resistencia alcurso de los acontecimientos corrientes: es absurdo que el universalmente adorado Chaikovski, que incluso la desesperación la retrata con melodías pegadizas, tocante a sentimiento sea en éstas superior al sismógrafo de la Erwartung de Schönberg...".
(Fragmentos de “Filosofía de la nueva música”, Introducción, págs. 18/20, Ediciones Akal S.A., Madrid, 2003)