martes, febrero 08, 2005

A propósito del concierto de John Greaves en el Théâtre de l´Œuvre de París el pasado 4 de octubre


Después de un día “ordinario” de vacaciones en la capital francesa, con un sosegado aunque creciente entusiasmo y al cabo de un par de combinaciones en el métro, llegamos al barrio de la Gare St. Lazare, que fuera inmortalizada por Monet en aquel famoso cuadro con la imagen de una locomotora, completamente desmaterializada por efecto de los vapores de su chimenea (“Todo lo sólido se desvanece en el aire”, como lo describió Marshall Berman en el título de su obra más difundida).
A pocas cuadras de la estación, sobre la rue de Clichy se encuentra el Théâtre de l´Œuvre, enclavado en una zona sin perfil turístico aparente y a mitad de camino entre los Grands Boulevards y Montmartre. Esta histórica sala, a la que se accede a través de una típica arcada que conduce a una especie de calle sin salida sobre la cual se erige el teatro, fue fundada en 1893 por el actor y productor teatral Aurélien Lugné-Poë para la representación de las obras de teatro simbolistas, entonces opuestas a la escena realista dominante y tributarias de la poesía de Mallarmé y Rimbaud. Un hito insoslayable de la riquísima historia del Théâtre de l´Œuvre fue el estreno por su compañía de nada menos que “Ubu Roi” de Alfred Jarry, a la sazón secretario de Lugné-Poë. Aquella noche del 10 de diciembre de 1896 la representación de esta farsa sobre la brutalidad del autoritarismo escandalizó a París y sembró el germen que alumbraría poco después los más importantes movimientos vanguardistas del siglo XX, desde el dadaísmo y el surrealismo hasta el teatro del absurdo y el “Colegio de Patafísica”.
La Gare St. Lazare y Monet, el Théâtre de l´Œuvre y Jarry... qué contexto tan singular y cautivante!, nada ajeno por otra parte a la música de John Greaves, también singular e influenciada singularmente por la tradición estética de la modernidad francesa. La asociación libre de todas estas ideas acompañó mis pasos hasta el teatro. Al ver en la puerta el afiche con la foto de Greaves, sentí que estaba por experimentar algo casi único por estos días: un concierto en el célebre Théâtre de l´Œuvre del ex bajista y compositor de Henry Cow y National Health, de una de las mitades creativas del dúo que aquél formara con Peter Blegvad (¿los Lennon y McCartney de la canción avant garde?), del socio ocasional de Robert Wyatt, Michael Mantler y otros músicos tan inquietos e inclasificables como él.
En Greaves, la conexión con Francia y sus expresiones culturales avanzadas se remonta a fines de los ´60s cuando fundara Henry Cow en plena ebullición de la escena de Canterbury, a la cual la agrupación adscribió estilísticamente en sus inicios. Aunque originada en Inglaterra, Canterbury reunió a músicos de ambas márgenes del Canal de la Mancha y siempre se la recordará no sólo por producir parte de la música más interesante y original de la época sino por su sentido del humor exquisito, mayormente absurdo y con claras influencias dadaístas y patafísicas.
Mientras se repartía entre las experiencias focalizadas primordialmente en lo instrumental de Henry Cow y National Health (otra banda canterburyana fundamental), Greaves comenzó a volcarse hacia la composición de canciones y el canto. Esta faceta fructificó a través de su trabajo con Peter Blegvad, primero en el tema “Bad Alchemy” -incluido en el álbum “Desperate Straights” (1975) de Slapp Happy/Henry Cow- y, luego, con esa brillante conjunción de música, textos e imágenes sin precedentes que fue “Kew. Rhone.” (1977).
Creo que con “Kew. Rhone.”, Greaves/Blegvad terminaron de definir algo así como un nuevo subgénero. El experimento de “Desperate Straights” y su secuela “In Praise of Learning” (también de 1975) habían sido decisivos en este sentido, no obstante que aquél venía ya delineándose, por un lado, en los álbumes de Robert Wyatt desde “Rock Bottom” (1974) y, por otro, de Carla Bley (“Tropic Appetites” de 1973) y Michael Mantler (“No Answer” de 1973 y “The Happless Child and Other Inscrutable Stories” de 1976, con Wyatt), estos dos últimos participantes en “Kew. Rhone.”.
A partir de allí, se originó una verdadera corriente estilística que se enriqueció con la obra de ex miembros de Henry Cow en bandas como Art Bears, News from Babel y, más recientemente, Science Group, y con los desarrollos de lo que podríamos denominar la “Escuela de Denver”, formada por Thinking Plague, 5uu´s, Motor Totemist Guild y U Totem, sin olvidar los trabajos siguientes de Greaves/Blegvad, Wyatt y Mantler.
Este subgénero, tal como quedara configurado originariamente, puede considerarse un punto de encuentro entre la tradición iniciada por el “Pierrot Lunaire” de Schoenberg y “Les Noces” de Stravinsky, el rock progresivo y el free jazz, pasando por la entartete musik (“música degenerada”, aquélla que fuera censurada por el Tercer Reich) de Weill, Krenek y Wolpe. Con un acento equivalente en lo instrumental y lo vocal, la música resultante es extremadamente ecléctica y afecta al cromatismo, la atonalidad y la libertad rítmica y tímbrica. En particular, las líneas vocales favorecen la declamación y el uso no convencional de la voz a través de unísonos o contrapuntos con las líneas instrumentales, registros extremos y saltos interválicos amplios o repentinos y de la emisión de sonidos de altura indeterminada. Por lo general la lírica, que suele apartarse de la forma estrófica, se beneficia con un tratamiento literario muy cuidado y un inteligente empleo de los más variados recursos semánticos, morfológicos y expresivos, al servicio de acrobacias lingüísticas, temáticas surrealistas o filosóficas y de un tono entre serio y excéntrico. No dudaría en calificar este novedoso abordaje como una modernísima evolución de la canción de cámara.
Volviendo a París, el concierto de Greaves era la oportunidad para presentar “Chansons...”, su nueva colección de canciones en francés, y celebrar las dos décadas de su permanencia en Francia, la que coincidió con el viraje de su carrera hacia fines de los ´70s. La formación instrumental -piano, acordeón, cello y trompeta- fue prácticamente la misma que la del CD, salvo por la ausencia del gran clarinetista y saxofonista Louis Sclavis. A lo que hay que adicionar la sugestiva voz de Elise Caron, una cantante cuyo personal y cultivado estilo recuerda por momentos a Elizabeth Fraser (Cocteau Twins) y, por otros, a Ute Lemper.
La primera parte del recital se centró en la performance de Greaves en voz y piano, con logrados dúos con el cellista Vincent Courtois y la eventual intervención de David Venitucci en acordeón, dueño de una extraordinaria técnica para crear múltiples sonoridades. En esta porción, versionó clásicos como “The Green Fuse”, “Silence”, “The Price You Pay” y, por supuesto, el muy festejado “Kew. Rhone.”, con sus increíbles anagramas y palíndromos.
Más tarde, se integró Elise Caron para interpretar obras del reciente “Chansons...”. Musicalmente, las canciones dan una definitiva vuelta de tuerca a la tradición de la chanson française, que se enriquece con el peculiar estilo de Greaves tamizado por el sensual universo armónico y tímbrico de Debussy y Satie. No parece casual encontrar impresa aquí la huella de estos compositores, cuya música se modelara especialmente por las inflexiones del idioma y la poesía francesas. La escritura melódica, simple y depurada, está sostenida por armonías en ocasiones tonalmente ambiguas y texturas límpidas que destacan los delicados timbres de la instrumentación elegida. Hay momentos en los que se generan esos climas lánguidos y evanescentes tan característicos de la música impresionista (…recuerden su versión pictórica en la vaporosa locomotora de Monet). No faltaron, por supuesto, toques de jazz, música de cabaret y, diría, hasta de tango, sobre todo a partir del sonido muy cercano al bandoneón obtenido por Venitucci y de cierta métrica irregular que me remitieron a Piazzola.
La atmósfera relajada del concierto se transmitió a ese raro momento en que uno se reencuentra con la realidad al dejar la sala. La sensación era tan plácida que nos quedamos caminando un rato por ese callejón encantador y observamos las ventanas iluminadas de los señoriales edificios vecinos al teatro, tratando de adivinar quienes serían y cómo vivirían sus moradores. Al retornar hacia la arcada de entrada, vimos que Greaves estaba en el hall del teatro conversando con un grupo de gente. Nos acercamos. Advertimos que no era inalcanzable. Nos acercamos más. Y finalmente lo saludamos. Intercambiamos un par de palabras intrascendentes sobre el recital y mi procedencia. Todo transcurrió en un eterno y mágico minuto. Me dio no se qué pedirle un autógrafo...